sábado, 1 de septiembre de 2007


La tierra de las oportunidades
Nelson Peñaherrera Castillo
nelson_p@yahoo.com
El Regional de Piura: 01 de julio del 2006



La gente del campo piensa que lo mejor es Sullana; los de Sullana piensan que lo mejor es Piura, o quizás Lima; los de Lima (y algunos de Piura) sueñan con Miami; los de Miami, creen que la meca es Nueva York; los de Nueva York no se conforman sino con una glamorosa capital europea…
Se trata de la búsqueda interminable de un lugar que –según nos dijeron, según nos enseñaron, según hemos visto—sería el ideal para realizarnos, para alcanzar el sueño de ‘ser alguien’… alguien útil a la sociedad y de renombre, claro está, salvo malévolas excepciones.
El punto es que siempre la tierra de las oportunidades no está en nuestra tierra, sino fuera de ella, si no pregúntenle a Jacob y sus hijos. Como vieron que a Pepito, el casi hermano menor de la familia, le iba bien siendo uña y mugre del faraón, se mandaron en mancha a Egipto.
Así comenzó la movida migratoria, cuyos privilegios se fueron perdiendo, y terminaron convirtiendo a sus descendientes en esclavos, cosa que, para variar, sucede también en nuestros días.
Es un lugar común que varios jóvenes se sientan atraídos por los imanes de las grandes urbes o de los países desarrollados, y es lógico también, pues muchos de ellos terminan tan preparados que, hablando en teoría, acá se desperdiciarían; aunque también existen los genios que no queriendo dejar su tierra, tratan tercamente de aplicar lo que saben en ella.
También hay los migrantes pródigos, quienes por nostalgia, o por escarmiento (esto incluye deportación), regresan a su tierra y no encuentran mejor lugar que el hogar para hacer su sueño. Por algo aprendieron cosas y desarrollaron habilidades que, desde el punto de visto competitivo, les ponen por encima de sus paisanos, y por ello mismo, echarles una manita.
Al único que le funcionó esta gracia –al menos que sepamos— fue a Moisés, quien cansado de los maltratos de los egipcios, alzó con todo el pueblo israelí, no tan convencido del todo (finalmente más vale guate-mala que guate-peor), hacia la llamada Tierra Prometida, donde manaba leche, miel y uno que otro extremista suicida.
El detalle es que, dicen las Escrituras, el pobre y el tropel de gente anduvo errante 40 años por un desierto tres veces más grande que el de Sechura, y encima no se le permitió cruzar el Jordán, más que como cadáver; pero su pueblo le hizo justicia venerándole y obedeciéndole por siglos.
Jesús, uno de sus descendientes, diría siglos después que nadie es profeta en su tierra, justo cuando sus coterráneos nazarenos le iban a enseñar que la ley de gravedad existe, de una manera, digamos, nada ortodoxa, porque les dijo que ese era “el año de Gracia del Señor”. La humanidad también ha guardado y hasta ha venerado esta tradición al punto de institucionalizarla en algo que llamó municipalidades, o SUNAT.
Quien quiere hacer algo por su tierra encuentra más obstáculos que puertas abiertas, con lo que las oportunidades de generar progreso y bienestar para todos se frustran, a veces por formalismos absurdos o innecesarios. Muchos terminan yendo con su música a otra parte, y creando verdaderas revoluciones allá donde sí los quieren y casi nadie los conoce.
Si fuéramos más solidarios y visionarios, trataríamos de que los talentos que ahora se forman en las universidades y los que ya egresaron pero andan haciendo cualquier otra cosa (esto incluye atropellar transeúntes) tengan facilidades para desarrollar sus proyectos y beneficiar a nuestra región.
Yo no soy xenófobo, pero no me parece que vengan de otros lugares a decirnos cómo hacer la ciudad, por ejemplo, cuando hay buenos profesionales que han jugado pelota en nuestras calles y pueden darle mejor acabado sin perder la estética, aunque en algunos sitios hay que incorporarla.
La cosa es que nos subestimamos tanto que no creemos que seamos capaces de ser grandes en nuestro propio suelo y hacerlo grande, encima. Creemos que como en otro lado están más adelantados, podría ser el sitio ideal para nosotros y demás relacionados.
Sé de muchos jóvenes y personas en general que quieren apostar tercamente por esta tierra pero no les dejan, porque hay gente que tiene cerebro de busto (sin alusiones, presidente Trilles) y simplemente no ve más allá de sus bigotes, digo, de sus narices.
No dudo, y soy una prueba viviente de, que afuera se puede mejorar, pero ¿por qué no se podría mejorar acá también? Basta generar el espacio, dar las facilidades y dejar trabajar. La decisión está en manos de todos. La Tierra Prometida está rodeándonos.

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